Por: Alejandro Aldana Sellschopp.
Para: el maestro Ricardo Cuellar.
Todos conocemos la historia: en la Asamblea Revolucionaria Francesa los representantes del pueblo tomaron sus respectivos lugares, dicha posición física se convirtió en un sello ideológico. Llamarse de izquierda o derecha se convirtió en una carta de principios. Al paso del tiempo muchas han sido las etiquetas que han usado los grupos antagónicos en la arena política: liberales y conservadores, autoritarios y libertarios, progresistas y reaccionarios, fascistas y antifascistas, reformistas y revolucionarios, etc; sin embargo siempre ha prevalecido la separación derecha-izquierda.
Hoy en día la dicotomía goza de mala salud, crisis que se puede observar en el mundo entero. En México la situación es alarmante, el uso de la ideología de derecha o izquierda es en el mejor de los casos arbitrario, se han convertido en estampas intercambiables al mejor postor, por sobre la ideología se prefiere a grupos de poder camaleónicos y resbaladizos.
Estamos viviendo la época de los falsos enterradores, quienes proclaman con falsa autoridad la muerte de: la utopía, la razón, la historia, las revoluciones, el arte, y claro de las posiciones izquierda-derecha.
El artículo publicado por el maestro Ricardo Cuellar en El Heraldo de Chiapas, titulado El intelectual y el ideólogo, me parece acertado y de una lucidez poco común en los escritores chiapanecos (Cuellar ya es Chiapaneco). Cuellar se atreve a decir las cosas con la crudeza que algunos temas exigen, él ha preferido equivocarse públicamente, ha tener siempre la razón en un enmohecido cubículo seudoacadémico. “Quien o quiera contradecirse, que no hable”, decía con sabiduría Miguel de Unamuno.
En nuestros días aún prevalece, cada vez menos afortunadamente, una visión ideológica por encima de la estética para analizar obras artísticas. Aceptar o rechazar un libro partiendo de su orientación ideológica, o en razón a las simpatías políticas que profesa el autor, no sólo me parece un grave error de análisis, sino una verdadera perversión.
Quién podría sostener que: Borges, Pound, Neruda, Revueltas, Milton, Gohete, Paz, Vargas Llosa, Sabato, son malos artistas por tener fuertes convicciones políticas.
La politización del arte es una de las formas más efectivas para matar el arte mismo, lo cual no quiere decir que una obra no pueda tener un contenido ideológico o político. Los Miserables de Víctor Hugo, La Madre de Gorki, Los Días Terrenales de Revueltas, Un día en la vida de Iván Denisovich de Alexandr Solzhenitsin, son novelas con una ideología bien delimitada, con un sustrato político importante; pero que su concepción es sin duda estética, estos trabajos son en primerísimo lugar excelentes novelas, cada una representa el alto grado de maestría que puede llegar atener el arte de escribir.
Tanto las izquierdas como las derechas han perseguido, censurado, descalificado el trabajo de los artistas que no comparten sus ideas. En la ex Unión Soviética se denominó “arte decadente” a todas las vanguardias del siglo XX, recuerdo un video en el que aparece Nikita diciendo que la cola de una vaca embarrada en pintura, pintaba mejor que Kandinski. Los nazis llamaban a la vanguardia “arte degenerado”, para ellos el arte verdadero era el “gran arte alemán o ario”.
Adolfo Sánchez Vázquez señala que: “ …en la obra artística, el contenido sólo existe como contenido formado o creado. Y que como tal, el contenido político- así formado o creado- es parte indisoluble de ese todo que es la obra de arte. La distinción derecha-izquierda al abstraer el contenido político –exterior a la obra- de ese contenido nuevo, creado, que sólo existe en ella y por ella, se sitúa fuera del arte”.
Si centramos el análisis de una obra en su vertiente política o ideológica es un grave error, ya que no estamos estudiando la obra de arte en sí, en su propia naturaleza. Como metodología de análisis es importante conocer el contexto socio-político en el que se generó la obra, sus implicaciones sociales, etc, etc; pero sin olvidarnos nunca que nuestro interés fundamental se encuentra en el objeto estético en sí.
Sánchez Vázquez nos ilumina: “No hay, pues, por su naturaleza específica, un arte de derecha y otro de izquierda, aunque-como en otros campos- cabe optar semejantes posiciones ante la política artística que promueven el Estado o ciertos sectores sociales…”
Considero que Gramsci logra como pocos la síntesis de la discusión cuando dice: “El arte puede ser político, pero a condición de que lo sea como arte”.