miércoles, 9 de enero de 2008

La agradable solución.

En la necesidad, nos caemos. Hace un par de días, mi hermano me invitó a jugar fútbol con sus amigos. La cita era a las 11 am. Y yo, con muchas ganas de jugar (pues no lo había hecho desde hace meses, gracias al trabajo) acepté gustoso.

El lugar era en la canchita de Santa Ana. Una cancha que no tenía más de tres meses de haberse reinaugurado, ya que sufrió una necesaria remodelación. Le pusieron techo, la pintaron, le pusieron porterías nuevas, entre otras cosas. Quedó a toda madre la cancha pública. El mismo gobernador la reinauguró, junto con el parque, que también obtuvo su manita de gato. El costo fue una desorbitante suma de dinero, que es un gasto que uno como ciudadano se queda satisfecho al ver los resultados.

El caso es que llegamos puntuales a la cita. Todos estuvimos para gozar de la cancha pública que el gobierno nos brindó muy atinadamente. El edificio verde con techo, era la respuesta a nuestras locas ganas de jugar fútbol bajo el sol infernal del mediodía. Pero cual fue nuestra sorpresa al ver las entradas, que también fueron remodeladas, con un candado del águila. Los dos equipos de 5 integrantes nos quedamos a fuera, en la esquina, como esperando a que San Gabriel bajara a abrirnos.




No sabíamos que esperar. La cancha estaba cerrada, y todos ardíamos por jugar. La molestia nos inundó. No podíamos creer que una cancha pública, con el logo del Gobierno del estado de Campeche, estuviera adentro de la cancha, y no podíamos jugar.

Unos niños llegaron a los 15 minutos, e igual que nosotros tuvieron que esperar. Uno de ellos nos dijo que la persona que tenía la llave era una señora que vive a 2 cuadras de la cancha. Pero que no a cualquiera le abría, y todo porque ella y los del gobierno decían que se debía cuidar la nueva cancha. Fuimos a buscar a la señora para pedirle la llave, pues como cancha pública, queríamos que estuviera disponible. Al llegar a la dichosa casa, una muchacha nos dijo que su tía no estaba en casa. Que estaba en casa de su mamá, y que la llave la tenía ella.

Indignados y molestos, pero más con las ganas de jugar, decidimos esperar un rato para ver qué sucedía primero: la llegada de la señora Cancerbera o el derrame de nuestra bilis.

Uno más inteligente dio una gran solución. Por qué no ir al 20 de noviembre, pues la cancha también era techada. Decidimos caminar desde Santa Ana hasta el malecón. Que en cálculos de un albañil sería unas 20 cuadras o menos. Decidimos emprender la travesía hasta campo santo. Como todos unos creyentes, y agasajando al que nos dio la magnífica idea, compramos unos gatorades para cuando los necesitáramos. Es genial que haya opciones para poder ejercitarnos cada que queramos. Y es que es el deporte lo que puede alejar a los jóvenes de vicios como el alcohol y las drogas. O también, el deporte funge como un purificador de vicios. Fue genial saber que el gobierno había remodelado el 20 de noviembre para que jóvenes como nosotros ejercitáramos nuestros músculos.

Llegamos al campo santo, felices y mentándole la madre a la vieja que se tomó las vacaciones. Y un poco molestos con el gobernador por exigir que no se deje abierta la cancha al público en general. Pero eso se fue porque estábamos en el 20 de noviembre. Al entrar, un guardia, equipado con tan sólo un garrote, como todo un cavernícola, y un spray de pimienta, nos preguntó a dónde íbamos. Y nuestra respuesta expresaba tanta obviedad como que los patos cagan en el aire igual que las palomas. El guardia nos pidió una credencial del centro deportivo 20 de noviembre. Nuestra cara tenía la forma de una interrogación, que el guardia no podía aguantar la risa. Al preguntar sobre la credencial, el guardia nos dijo que necesitábamos tramitar dicha credencial. Para solicitarla, nos dijo que lleváramos dos fotos, una copia del acta de nacimiento y una mínima cuota de 50 pesos para mantenimiento del centro. Mi berseker salió a flote en ese momento. Le dije que me parecía una estupidez que algo público pidiera una afiliación, pues eso era del sector privado; y que el centro deportivo era para todo el público, y que no se debía cobrar por eso. Y señalando a los que jugaban básquetbol, le pregunté que si ellos tenían credencial. El guardia me respondió que no, que ellos sólo tiraban a una canasta, y que no era necesario. Como diciéndome que los que juegan fútbol son los parias del estado. Entonces le dije que íbamos a jugar básquetbol. El guardia me pidió que le mostrara un balón para dicho deporte. Y yo con mi inteligencia aguda le dije que los que jugaban eran amigos míos. El guardia le preguntó con un grito si nos conocía, a lo que el joven dijo que no. La sonrisa malévola del guardia hizo que yo estallara y le mentara la madre a él, a su hijo, y a las posteriores generaciones de su familia. Y para el pinche chaparro de nuestro gobernador lo mandé al mismo rumbo, junto con sus hijas borrachas.

Al final de cuentas, nuestras ganas de hacer deportes se convirtieron en ganas de jugar videojuegos en mi casa. Y mientras nos íbamos del Centro deportivo 20 de noviembre, el escudo de Gobierno del estado de Campeche sonreía sobre nuestra molestia.

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