sábado, 8 de diciembre de 2007

La enfermedad de la rosa

Por: Alejandro Aldana Sellschopp.

Si en algo soy ordenado es en mis lecturas. Durante los últimos meses me he dedicado a leer, entre otras cosas, biografías de Mozart, no hace mucho encontré finalmente la bellísima edición de la ya clásica biografía de Alfred Einstein, libro que parece ser el padre de todo lo que se ha escrito sobre el genio de Salzburgo. Cuando terminé tan apetitoso tomo de 600 páginas, me di un respiro de Amadeus para hurgar en la nueva novela mexicana, en la larga, muy larga fila de libros en espera estaba El Buscador de Cabezas de Antonio Ortuño, un joven novelista que conocí en Oaxaca, las revistas, artículos y escritores hablan mucho de él, la novela está publicada por Joaquín Mortíz. En fin me prepare para disfrutar de un buen texto. Cumplidos dos días terminé el libro en medio del desasosiego, la sorpresa y la tristeza. Hacia mucho, mucho tiempo que una novela no me aburría tanto, lo mal planteada, la inverosimilitud de personajes y situaciones, la ñoñería conceptual y la pírrica visión de México me dejaron sin aliento. Probablemente Ortuño ha mejorado mucho, eso espero, ya que hace una semana leí que su nueva novela fue finalista del premio Herralde.
El mal sabor de boca fue tal que estuve a punto de dejar pasar un día sin leer para digerir el trago amargo; sin embargo, me dirigí a la parte de uno de mis libreros que llamo, con todos los prejuicios y mojigaterías del mundo, “libros que jamás leeré”. Son poemarios, ensayos, novelas, tomos de cuentos y demás, que me regalan en encuentros de escritores, presentaciones, charlas, o simplemente escritores que se acercan y me regalan los libros, generalmente reviso las primeras cuartillas y si me parecen malas o medianamente malas, simplemente los envío a esa sección.
Me encontré un libro negro, pequeño, publicado por la secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Tabasco, el título: La enfermedad de la rosa. El autor: Vicente Gómez Montero. El autor era para mi casi un desconocido, lo conocí en Tabasco en un encuentro de escritores, él nos atendió los días de lecturas y discusiones, siempre fue muy amable con todos, algo se dijo que era Director de Publicaciones, ahí, en el auditorio José Gorostiza se me acercó y me regaló su libro. Confieso que ni lo revisé, directamente fue a parar a la sección de la oscuridad.
“¡Oh, rosa, estás enferma!”, reza un epígrafe de William Blake, el texto comenzó a hacer efecto. Lo hojeé parado, mientras la computadora me exigía sentarme para terminar un texto, “Los gatos y los locos tienen la misma mirada./ El óvalo que circunvoluciona la ciudad deportiva es extraño; extraño como sus actividades y sus concurrentes./ Anoche no pude dormir. Moví a Diego junto a mí, le dije: Es hora de ir a correr, ¿no vamos a ir?/ Licenciado, ¿listo para entrar al aire?”
Me senté, olvide la computadora, el café caliente en el escritorio, la música de David Gilmour sólo acompañaba desde la otra orilla, se borró la tristeza que me queda cuando termino un libro mal escrito.
La estructura de La enfermedad de la rosa es atrevida, el libro todo es un atrevimiento abierto, sin amarras, con coraje, parece un texto que se escribió jugándose todas las cartas, una apuesta al todo o nada, en ocasiones llegué a pensar que se trataba del testamento de un escritor de provincia, poco o nada conocido, sí, uno de esos amantes del arte que permanecen en la oscuridad.
Si la estructura es poco convencional, el lenguaje lo es mucho menos. Estructuralmente Vicente usa varios registros, por un lado intercala conversaciones, situaciones, acciones, pensamientos en un mismo tejido narrativo, logra un ente que avanza sin avanzar, que permea al lector desde la seducción de las palabras, un modelo para armar, rompecabezas de la poesía, imágenes que se graban desde una plasticidad excitante, el coro de voces se mezclan, intercalan, confunden con un equilibrio excelente, casi perfecto.
Otra pieza estructural es una voz poética, por lo tanto no se sitúa en el tiempo, deambula entre el pasado, presente, futuro, su temporalidad es porosa, “…entrarás y el aroma a caracoles enamorados, a pétalos marchitos, a semen derramado, te dirá que ha sucedido lo que no pudiste imaginar, lo que quisiste saber, lo que tu hijo hacía en las noches de luna llena al pasearse con ese aire de homosexual del siglo XVIII por los corredores de la gran casona, lanzando ayes de puta borguoñesa en un altiplano desmadejado de mitológicas proporciones…”
Debo decir que es esta la voz que más me gusta. Sin duda Vicente es un poeta, utiliza formas literarias muy finas, elegantes, limpias, incluso recurre a ciertos metros dentro de la línea, que se convierte verso, prosa poética, dotando de un ritmo envolvente, sugerente, casi como un murmullo que revienta en disonancias, asonancias y apoteóticas muestras de virtuosismo musical.
El autor sabe de música, está familiarizado con un amplio conocimiento sobre ópera, música clásica, los grandes músicos del mundo; su amor por Mozart se deja ver inmediatamente, es un lujo leer esos pasajes donde personajes disímbolos, antípodas de un tiempo bailan una contra danza y un minué sin estorbarse, uno termina bailando con ellos.
Vislumbro a un empedernido lector de todo, su siglo de oro español lo tiene muy bien estudiado, a Shakespeare más que digerido, Oscar Wilde es su cómplice perfecto, los guiños a su obra, su biografía son más que evidentes, quizá de ahí Vicente se nutre de la tremenda ironía con la que está escrita la novela.
La presencia de José Gorostiza es latente; pero la de Carlos Pellicer es palpable, con juegos, malabares y estocadas a su poesía. Villaurrutia, Novo, y grandes poetas universales que fueron homosexuales, acompañan a los homosexuales de la trama.
Y uno se pregunta ¿cuántos años para escribir esta novela desconocida?, ¿cuántos borradores tirados a la basura de este libro que muy pocos leerán?, ¿cuánta investigación para deslumbrarnos con el caudal de información para editar un libro en letras tan pequeñas, asfixiantes, que se quedara en un libreros de libros que jamás se leerán de la literatura pedante mexicana?
Porque Vicente es un erudito, cada línea nos remonta a libros, citas, países, humor, humor, mucho humor inteligentísimo. Uno de los mayores autores que inspiraron la novela en su confección es García Márquez, sobre todo en esta segunda pieza estructural, que considero es la más lograda, de una belleza impecable, y claro el metalenguaje es casi otra pieza de la estructura: “… Y así, un torrente maravilloso de geográficos países ignotos como Nunca-jamás o Macondo y todas las islas de Rabelais y Wonderland y Arkham y Utopía fueron descritos por la familia para ahuyentar a la Muerte Culona, quien rio de ellos, bailando una rumba rumbera, guarachera, tropicalera en traje de Ninón Sevilla…” Y es que el conocimiento es abarcador, va de lo que los pedantes o snobs llaman “ lo culto” a la cultura popular, sin más límite que lo narrado.
La siguiente pieza estructural se señala con letras minúsculas del abecedario, además de estar, innecesariamente, en cursivas. Es la voz en primerísima persona del personaje principal, que se muestra de carne y hueso, sin la máscara del lenguaje, crudo, directo, nos cuenta las circunstancias de su homosexualidad, su amor a la literatura y el odio a su padre. “… Otro día, quiso que la hiciera de payaso. Me pintó las mejillas muy raro. Cuando llegué a casa, quitándome el rubor del rostro para besar a mamá, me vio severa y rugió ¡Quítate eso de la cara! ¿O qué, eres maricón? Fue la primera vez que escuché esa palabra”.
El personaje es La Corzo, un homosexual como tantos hay en nuestro México lindo y querido. La Corzo va tomando forma y rostro a través del coro de voces, y su propia voz se une a la vorágine de historias.
El padre de La Corzo lo odia, ya que representa todo lo que él aborrece, su hijo es un rebelde, es homosexual, escritor, honesto, sin pretensiones económicas, amante del arte, anti priísta declarado. El padre aparece y desde la omnipotencia lo expulsa del “paraíso” familiar “…Está bien, haz tu vida con quien quieras, pero nunca digas que eres mi hijo, es más, te prohíbo usar mi nombre. Por eso quiso que le dijéramos La Corzo. Y él mismo se presentaba: Yo soy La Corzo, así me llaman, por mala, zanquilarga y refractaria/”.
Por supuesto que la novela se asienta en líneas arguméntales que hacen una profunda critica a la provincia mexicana, su hipocresía, el desprecio casi congénito al conocimiento, su implacable aceptación de lo simplista, superficial y vulgar, el cinismo en cada acto, el chismerío como único consuelo, chovinismo terruñal de quinta, el priísmo anquilosado, empantanado como el tiempo del sureste, mediocres hasta la enfermedad, la burguesía campesina, torpe e ignorante se retrata rayando la caricatura, los políticos y sus peleles censurando la libertad de ser, en esta categoría encontramos al padre de La Corzo, periodista chayotero, locutor vendido al señor gobernado, ante pone su propios principios, a su propio hijo lo ofrece como cordero a la zarza corrompida del PRI, y como todos estos mercenarios de pacotilla termina viejo, solo, apestado, traicionado por su partido.
La crítica a la iglesia católica es ejemplar: “…Altazor, morirás, se secará tu voz y serás invisible, hacia el infinito incuestionable, en vano buscas ojo enloquecido, pues el salto no es doloroso y la caída será leve, ¿no ves que vas cayendo ya?, que ves pasar las nubes, ves los pájaros y, de repente, las gárgolas de la catedral, ¡qué desvergüenza!, te arrojaste de espaldas a la catedral, ¡Qué horror! Limpia tu cabeza de prejuicios y moral que el cielo no te reserva espacio, el cielo no vive para ti, tú no eres del cielo, demostraste ser terrenal y ves un diablo rojo que te hurga en los ojos pues si queriendo alzarte nada has alcanzado…”
Los libros sobre los que está escrita esta novela son: José Trigo, Palinuro de México, Cien Años de Soledad, con atisbos de Pitol y Elizondo.
Para finalizar quiero hacer referencia a dos partes que considero muy importantes, la primera nos presenta al padre tal cual, es un patán, pobre diablo que no sólo odia al hijo por ser homosexual, sino que le recrimina dedicarse a las letras y aún más deja ver su envidia emponzoñada de frustración, como toda envidia, al constatar que ese hijo que persigue y niega en su programa radiofónico, es reconocido: “…Porque mi hijo ha tenido premios, esos premios lo enloquecieron, señora. Fueron los que nos separaron. A medida que ganaba uno, otro, otro, se iba alejando de mí, se iba volviendo más inteligente, más creído digo yo. Lo peor fue descubrir que era puto, ¿se imagina? Él, mi hijo, viviendo con otros muchachos, prendado de ellos, haciéndose cochinadas y desvergüenzas./”.
El siguiente párrafo me parece de una honestidad completamente desnuda, directa, el autor camina por el lado salvaje, como diría Lou Reed, autor y personaje parecen fundirse y en una breve rendija de la narración se presentan tal cual: “…Siempre he sido buen escucha de los demás, es hora de que se acabe el escucha y surja el narrador, ya debo encorar páginas, dictar líneas, escribir misivas, dejarlo todo en un punto final para que nadie más dude nunca de que en San Monté, en el año de gracia de 1964, nació un escritor, ese escritor soy yo, así me llamo y me pongo en fila, demuestro mi capacidad y la gente sabe de mí y me quiere por las hermosas historias que cuento…por lo que no me quiere es por puto…pero esa es otra historia/.”
Recomiendo, si es que yo puedo recomendar algo, la lectura de esta novela, ¿dónde encontrarla? Imposible saberlo, estos libros casi están destinados al olvido, que no es lo mismo que el fracaso, espero en verdad que este no sea su destino, y ojala pronto, muy pronto una editorial “grande” publique su obra, no para que sea famoso, sino para que muchas más personas puedan disfrutar de su lectura.
NOTA: Amigos de Tabasco, por favor, proporcionenme el correo de Vicente Gòmez.

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