lunes, 10 de diciembre de 2007

Noticias de un Premio


“RECHAZAR UN PREMIO ES OTRA FORMA
DE ACEPTARLO, PERO CON MÁS
ALHARACA DE LO NORMAL.”

- Peter Ustinov



Iba conduciendo mi volcho destartalado a toda velocidad para llegar con un tiempo razonable de retraso a mi destino cuando mi celular sonó, vibró y cantó una cumbia dentro de mi bolsillo. Como no tenía intenciones de que se mantuviera intacta la reputación de que los escritores somos unos impuntuales decidí seguir manejando como alma que lleva el Diablo al tiempo que contestaba la llamada. Así fue que, haciendo malabares con manos y pies, metí la mano izquierda en el bolsillo derecho de los pantalones, cambié la palanca de velocidades de tercera velocidad a cuarta velocidad con la mano derecha, pisé el clutch con el pie izquierdo, saqué el celular del bolsillo, con el pie derecho pisé a fondo el pedal del acelerador, con la mano derecha tomé el volante para esquivar un poste de luz y finalmente me coloqué el celular en la oreja izquierda diciendo: “¿Bueno?”. “¿Es el señor Rodrigo Solís?”, preguntó una voz que en mi vida había escuchado. “Sí, él habla”, respondí mientras un camión me rebasó por la derecha. “Señor Rodrigo Solís, muchas felicidades...”, fue lo único que alcancé a escuchar gracias al pitorrotazo del camión que me dejó parcialmente sordo del oído derecho. “Un momento por favor”, dije mientras buscaba dónde estacionarme, resignado a llegar tarde una vez más a mi destino por culpa de mi curiosidad y/o de alguna compañía de teléfonos celulares que me felicitaba por seguir siendo fiel y buen cliente en tan bella época navideña. “¿Quién habla?”, pregunté ya con el automóvil aparcado a un costado de la acera. “Le habla Fulanito de Tal de la Universidad Autónoma de Quitzquilocotengo el Alto para felicitarlo, tengo el gran honor y placer de informarle que...”, todo eso lo dijo Fulanito de Tal muy emocionado, con una emoción tan convincente que terminó por contagiarme, primero porque no se trataba de alguna promoción navideña de celulares, y segundo, al recordar que meses atrás mi hermana, alias “La Schiffer” (muy emocionada también), me entregó un recorte del periódico donde decía en letras mayúsculas bien grandotas que la Universidad Autónoma de Quitzquilocotengo el Alto convocaba a todos los escritores mexicanos a sus VI Juegos Literarios Nacionales Universitarios en las modalidades de poesía, cuento y narrativa en lengua huichol.

Aquí es en donde haré una breve pausa para contarles lo que pienso de los concursos literarios. No diré que son una estafa, mucho menos afirmaré que son un fraude, sólo sugeriré veladamente que nunca gana quien merece ganar realmente. Eso lo saben todos los escritores del mundo, sobre todo todos aquellos que nunca han recibido un premio en su vida. Sin embargo, y muy a pesar de ello, los escritores se empeñan en meter sus escritos a concurso porque en el fondo albergan la posibilidad de que Zutanito de Tal o Menganito de Tal o Perenganito de Tal un buen día les llame por teléfono felicitándoles por ser los flamantes ganadores de Tal o Cual premio, como en mi caso, que debido a lo limitado de mi presupuesto para vivir (como la mayoría de los escritores del mundo) envié a concursar un artículo que había escrito hace un par de años, mismo que astuta y desvergonzadamente aumenté en caracteres hasta maquillarlo de tal forma que se hiciera pasar por un cuento, rama de la literatura, sobra decir, que jamás había experimentado escribir en mi vida.

Ahora volvamos a la imagen en la que yo me encuentro dentro de mi volcho destartalado, aparcado a un costado de la acera, con el celular pegado a la oreja izquierda, con una sonrisa de oreja a oreja (de esas de 20 mil pesos o 10 mil pesos, según sea la noticia del primero o segundo lugar) mientras Fulanito de Tal me da los enhorabuenas de rigor por haber enviado a concursar mi “cuento” titulado Brokeback Campeche. Si te fijas bien en mis ojos, un brillo mágico resplandece en mis pupilas: eso significa que estoy imaginando cómo repartiré el premio entre mis amistades, o mejor aún, qué excusa le inventaré a Fulanito de Tal para no asistir a la ceremonia de premiación para que de esta forma mi rostro y mi nombre no aparezcan en la primera plana del periódico en la sección de Sociales y/o Cultura, para que tanto amistades como acreedores no se me aparezcan al día siguiente en la puerta de la casa relamiéndose los bigotes. Ahora, si te acercaras un poquitito más a la ventanilla del auto descubrirías que en estos momentos mis ojos se han abierto tanto que pareciera que de un momento a otro saldrán disparados de sus cuencas, reacción que producirá en tu silenciosa persona una terrible envidia al imaginar que del otro lado del celular (o como se diga, cuando era teléfono se decía “al otro lado de la línea”) Fulanito de Tal me está diciendo: “Señor Rodrigo Solís, usted ganó el primer lugar, muchas felicidades”. Y, ¿sabes una cosa? No te equivocas en tus pensamientos salvo en un pequeño detalle: si dieras otros pocos pasos más hacia la ventanilla del volcho y pegaras la oreja junto a la mía escucharías cómo Fulanito de Tal me dice: “Señor Rodrigo Solís, usted ganó la Mención Honorífica, muchas felicidades”.

Traducción: Nos gustó tanto su cuento que en vez de pagarle un par de miles de pesos el jurado decidió invitarlo a Quitzquilocotengo el Alto (ojo, sin los gastos pagados) para que un auditorio lleno de desconocidos le aplauda bien fuerte. El “chingen a su madre” que di en agradecimiento no lo imaginaste.

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