miércoles, 19 de septiembre de 2007

El maestro del terror



“No hay que tener miedo de los muertos,


sino de los vivos.”




Mi hermano mayor debió ser escritor. O productor de cine o guionista de series televisivas, o algo relacionado con el mundo del entretenimiento. Sin embargo decidió, mitad por voluntad propia y mitad por un derrame cerebral que mandó al otro barrio a papá, hacerse cargo del negocio familiar, para años más tarde entregarle un anillo de compromiso a su novia y pasar a formar parte de su muy bonita y no menos disfuncional familia. Viéndolo así, un hombre de treinta años que todas las mañanas se monta en una camioneta verde botella para ir a trabajar a su taller mecánico, ante la mirada de cualquiera pasaría por otro aburrido ciudadano laborioso sin nada que ofrecerle más que la oportunidad de poner a prueba su memoria recordando el número de teléfono que vio impreso en la parte trasera de la camioneta verde botella mientras esperaba que el semáforo cambiara de rojo a verde, ahora que, minutos más tarde y para su mala fortuna, su vehículo se ha descompuesto y necesita con desesperación un taller mecánico rápido, eficiente y a un precio irrisorio; y aquí, en vez de haber un punto y coma, hubiera aparecido un punto y final para dar por terminado el escrito de esta semana si la personalidad e imaginación de mi hermano mayor fueran en realidad las del dueño de taller mecánico, o si el arriba firmante fuera uno de esos famosos cerdos capitalistas de los que tanto hablan sus amigos, que abusa de sus files lectores y aprovecha este espacio para hacer publicidad escribiendo el celular y dirección del negocio de su querido hermano.

“Eres un marica”, me dice mi hermano amparado en sus entrenados nervios de acero mientras observa de reojo como oculto el rostro entre mis temblorosas manos para no presenciar cómo un muerto viviente, o Jason, o un muñeco de ventrílocuo poseso por Satanás descuartiza a otra tetona de curvas peligrosas y apetecibles. En resumidas cuentas, esa es la historia de mis visitas a Mérida: pasar largas horas frente a un televisor de cien mil pulgadas presenciando maratones televisivos al borde de la epilepsia y/o del infarto. Porque “Coco” (apodo que le endilgaron desde niño y ahora más que nunca le va como anillo al dedo, pues de colocarse una bolsa de papel estraza en la cabeza mataría de un infarto por igual a niños y adultos del vecindario) es un fanático de la televisión. Al menos así lo prueban las paredes de su sala que están tapizadas de DVDs con todas las temporadas de las series televisivas imaginadas, de la A a la Z: Arrested Development, Band of Brothers, Carnivale, Charmed, Desperate Housewives, Extras, Friends, Gantz, House M.D., Invasión Extraterrestre, Joan of Arcadia, King of Queens, Los Simpsons, Married with children, Nip/Tuck, The O.C., Prison Break, 30 Rock, Seinfeld, That 70’s Show, Ugly Betty, Veronica Mars, The Wonder Years, X-Files, Yes Dear; al igual que un incontable número de películas. Sin embargo, su colección más preciada es la de películas de terror, “su pequeño tesoro”, que resguarda en decenas de carpetas y observa con ojos igualitos a los de Gollum cuando miraba con oscuro deseo el anillo en el dedo chato de Frodo.

Su casa es el cine de terror más genial de la ciudad, al cual he cogido cariño, muy a pesar de que sólo asista para pegar de gritos que superan por mucho en sonoridad y terror a los de las victimas devoradas por criaturas demoníacas. Y si al principio de este escrito mencioné que mi hermano debió dedicarse al mundo del entretenimiento es porque su imaginación es infinitamente superior a la de cualquier escritor de espectáculos: “¿Te imaginas que los monstruos existieran en la vida real?”, me dice evadiendo la pregunta que le hice acerca de qué opinaba sobre la aprobación de los diputados al aumento del precio de la gasolina. “Pues que las mejores noticias estarían en la sección de Terror”, agrega al ver la cara de incredulidad que puse, y enseguida suelta una retahíla de encabezados de noticias de primera plana en la sección que acaba de inventarse:

“Banda de Hombres Lobo aterrorizan la colonia Prado Norte”.

“Decenas de atractivos adolescentes mueren mientras dormían: Freddy Krueger principal sospechoso”.

“Festín de cerebros en el zócalo capitalino el día del grito de independencia por ataque de zombis: el Presidente Calderón sigue ejerciendo su cargo a pesar de ser una de las victimas”.

“Matel retira del mercado muñecos defectuosos: llevaban incluida el alma de asesinos seriales”.

Fidel Velásquez, líder del PMV (Partido de Muertos Vivientes) exige ante tribunales tomar nuevamente las riendas del CTM (Confederación de Trabajadores de México)”.

“El pueblo exige al gobierno viviendas dignas: dos de cada tres casas del INFONAVIT vienen con al menos un alma en pena”.

“México líder en deforestación, tala de árboles y exportador de estacas a nivel mundial.”

No me cabe la menor duda que mi hermano cuenta con una de las mentes más imaginativas de este mundo, y que el escritor de la familia debió ser él y no yo, sin embargo creo que el mundo real todavía se mantiene como el lugar más terrorífico de todos, pues ni el monstruo más espeluznante de John Carpenter le gana en fealdad a Elba Esther Gordillo y ninguna película de Alfred Hitchcock o Sam Raimi nos paralizaría tanto el corazón como las leyes que aprueban todos los días nuestros brillantísimos políticos.

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