viernes, 14 de septiembre de 2007

La macánica del tiempo



Llantos, vértigo, vómitos, insultos, sorpresas, calor, olor, y el sumergirte en el alma del pueblo, es lo que experimentarás al caminar en el mercado de Campeche, y, me atrevo asegurar, de cualquiera de México.

El ambiente que gira alrededor de este recinto está fabricado con el material de que está hecho el recuerdo. Las voces rondan como cucarachas… –no, ya dejemos en paz a estos insectos asquerosos–, como luciérnagas del tiempo. Cada que acudo al mercado, que me queda enfrente, y a los otros que he podido presenciar, me da la sensación de estar en un espacio que ha estado siempre. Pareciera que es un hábitat que nunca empezó y por ende nunca terminará, porque el tiempo, junto con sus personajes quedan suspendidos. Es como un domo en la que entras y encuentras cosas del presente que se vive fuera de ese domo, haciendote participe de la eternidad cada que acudes a dicho centro sin periferia.

No es difícil de curiosear los tentáculos del mercado, y siempre sufrimos el hecho de que no lo hemos visitado todo. Un elemento que salta a la luz, son las personas que laboran ahí. Más que personas son personajes de una historia que siempre se ha contado. Siempre te encontrarás con los mercaderes que aparecen en las Mil y una noches , y de igual constancia te toparás con los discapacitados pidiendo limosnas, que en la Biblia se nombran. Y siendo más específicos, en Campeche, ¿quién no se ha topado con el chaparrito ciego que canta cerca del cuadro de la virgen de Guadalupe, pidiendo limosnas? ¿Cuántos años tendrá? Porque yo lo recuerdo desde que era niño.

Otro síntoma que se sufre por no padecerlo es la higiene. Todos sabemos que el mercado es un laboratorio de virus y bacterias, pero aún así, se compra ahí y hasta se come en ese lugar, en medio de pestes, fauna y más contaminación posible. Un paréntesis en este punto, las gracias con que se come en el mercado sólo es igualable con la forma en que se va al baño, pues ambos están cerca, por lo menos los he notado en todos los mercados que he acudido. No es difícil de imaginar que muchos han oído un concierto de flatulencias mientras come a gusto su mondongo o sus trancas de lechón.

Nadie puede negar esta premisa, un mercado sin puestos de revistas y sin piratería no es mercado. Y aunque en lugares como Aurrera y Chedraui cuenten con revistas y discos originales, es su antítesis, el mercado, el que está más cerca del corazón de los consumidores. Y es que la variedad y el ambiente atemporal, es lo que conlleva a sentir que un mercado son varios supermercados juntos. Paseando los puestos de revistas, igual te compras una revista política, como un Condorito gigante, así una revista porno extranjera como una mexicana, ejemplo la extinta pimienta, o sólo el periódico de tu elección.

La música de los supermercados siempre son de pianistas o cualquier otra música instrumental, mientras una voz femenina nos informa las ofertas del día, que la hora de ventas de vinos y licores ha acabado, o que se solicita algún trabajador en recepción; en contraste, en el mercado, la música no se escucha una por una sino todas a la vez y a máximo volumen, creando un vacío guapachoso que traga todo y que hace flotar las voces de las marchantes a nuestro alrededor. Y es una voz de hombre la que se encarga de informarnos del nuevo “Tragedia” y los accidentes más tétricos y horribles que suceden en cada municipio del estado que contiene al mercado en cuestión.

-¡¡Ruuuuuuuuuuuummmmmmmm!!

La I, La I, La I a tres pesos!

- Mami no te asuste no te pongas guapo, este ritmo le gusta a todos los muchachos…

-Una Caridaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaad por el amor de Dios…

-A veinte la bolsa de pitahaya, a veinte…

-Le clavó un cuchillo en el estómago a su compadre. Dos jóvenes decapitados encontrados en…

-¿Qué va a llevar, marchante? hay mango, piña, papaya, plátano manzano, manzana, jícama…

Es muy común encontrar tiendas que son símiles a todos los demás mercados, una de ellas son las tiendas esotéricas. El más allá y otros mundos tienen su punto de encuentro en las tiendas esotéricas y de invocación. La suerte, el amor, el dinero, y la menos requerida felicidad se pueden conseguir en sobrecitos o en fragancias, haciendo que el olfato sea el sentido clave en estas invocaciones.

Volviendo a la comida, es importante nombrar las tortillerías en el mercado. Esta venta es considerable, así como el pan. No obstante de mostrar que la incomodidad de llevar las tortillas envueltas en papel estrasa (¿así se escribe?) se ven compensadas con las coquetas bolsas denominadas “Bolsas de mercado”, en donde el peso hace equipo con las orejas de las bolsas para convertirse en el origen de las artritis que sufren la mayoría de las mexicanas de la tercera, cuarta y quinta edad.

Pero no hay nada más perturbador que ver a niños orinando donde les gana el organismo, ordenados por las mamás que creen que por ser niños, el pudor no juega con ellos, y no sólo orinando sino vomitando e incluso ejecutando labores más pesadas: defecando. Las madres creen que la vista y el olfato de los demás, pasan desapercibidos por los terceros que van circulando por las venas del mercado. Y uno creía que no habría símil entre hombre y perro, la niñez y el mercado lo son.

En conclusión podemos decir, que la necesidad es el punto en común de todos los mercados. Este comercio fue el primero en darse cuenta de ello, y la evolución de ese punto sigue sin detenerse, no obstante de comprobarlo en nuestra casa con la televisión y el Internet.

El mercado, lejos de aparentar repugnancia, es un derecho para todos. Y sus faltas y antihigiene es un acuerdo mutuo, hecho en silencio por toda la población, acuerdo que lleva establecido desde tiempo inmemorial.

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